Alguien se ha aproximado a tí. Es una persona muy cercana, o alguien con quien te encuentras frecuentemente en el trabajo, y te dice que quiere mostrarte la verdadera fórmula de la felicidad. Es alguien en quien confías, por lo que decides hacerle caso, así que atiendes sus palabras. Te termina diciendo que la fórmula no es gratis, que, evidentemente, tiene un precio. Te quedas pensando. ¿Crees que se la comprarías? Sí, ya se que somos reacios a creer en falsas y fáciles fórmulas, pero detente por un segundo a pensar qué precio estarías dispuesto a pagar por ella, si supieras que no es tan sencilla y fuera cierta.
Ahora imagina que es tu jefe quien te llama para decirte, expresamente a tí, qué hacer y cómo hacerlo para conseguir el éxito en tu compañía. Te da una serie de instrucciones y, si inmediatamente, te pones manos a la obra, podrás tener la seguridad de alcanzar tu anhelado éxito profesional.
Si ambos encuentros se produjeran en el mismo instante y tuvieras que renunciar a uno de ellos, ¿a quién dejarías de ver? Por fantasioso que pueda parecer el escenario descrito, ambas entrevistas, tanto con el éxito como con la felicidad, las hemos tenido o seguimos teniendo, tanto en nuestra vida personal como en la profesional.
De manera natural - o más bien deberíamos decir, aprendida - solemos dar preferencia a la entrevista del éxito. Es más cercana a nuestro día a día, más real y más práctica. Al fin y al cabo, si supiéramos que siguiendo unos determinados patrones, vamos a triunfar, dedicaríamos nuestra energía a esa tarea y, como tras su consecución sabemos - o pensamos - llegarán las demás cosas, ecuación resuelta. Entre esas cosas que además llegarán, estará la felicidad: “cuando llegues a la cumbre del éxito, alcanzarás la felicidad”, reza en nuestro inconsciente colectivo. El problema, es que en el caso de la entrevista con el éxito, tampoco hay ecuaciones mágicas, no se sabe cuándo llega y, sobre todo, la fórmula de que el éxito precede a la felicidad, es una fórmula comprobadamente falsa.
Seguro que como yo, has experimentado, y en no pocas ocasiones, una sensación ciertamente..., diríamos, extraña. Después de dedicar tiempo, esfuerzo y dar lo mejor de tí, llegaba el ansiado día: terminabas un examen o la carrera, presentabas un proyecto o conseguías ese objetivo profesional, al que tanto aspirabas. O quizá, por fin, conquistabas a la persona que con tanta ilusión conociste, o ingresaste en aquel prestigioso club que deseabas, o adquirías la casa, el coche o el apartamento de tus sueños, que con tanta fuerza anhelabas. El camino había sido áspero, duro, exigente. Habías hecho muchas renuncias, quizá, de cosas de verdad importantes. Habías soñado con que llegara ese momento y por fin lo conseguías, ya lo tenías ahí: llegabas a la cumbre, alcanzabas el éxito. Recuerdas momentos de esos, ¿verdad? Ahora bien, ¿qué sucedía después?, ¿qué pasaba cuando toda esa adrenalina y noradrenalina descendían y, tu cuerpo, volvía a un estado de calma? Era una sesanción, por lo menos extraña, probablemente... de vacío.
La puerta de la felicidad se había abierto, pero tan solo unos minutos, quizá unos segundos. Después, parecía que en el escenario estabas de nuevo solo, con más cosas, pero solo. Y con esa sensación de vacío que, como la ola del mar, después de llegar más lejos de lo normal, retrocede y deja la tierra para que vuelva a verse seca.
¡Tu sueño, tus ilusiones, te habían tenido secuestrado en pro del éxito y, el premio del éxito, la felicidad, se había esfumado! Tanto trabajo para tan sólo unos instantes... Ante este panorama, algunos quieren, de nuevo, beber de la esencia del éxito: trabajando más, haciéndolo mejor, perfeccionando el trabajo, para saborear, al menos, por unos instantes, esa felicidad. Una felicidad momentánea, sólo instantánea. Y porque queremos más, nos parece poco. Y de nuevo la pescadilla que se muerde la cola. Y de nuevo la ola que se va y deja la tierra seca. Y de nuevo... ¿Y si cambiármos el volver a empezar, por empezar algo nuevo?, ¿y si cambiáramos el paradigma y no volviéramos a esperar la felicidad como fruto del éxito?
La revolución copernicana en el área del tratamiento de la felicidad es que ésta, la felicidad, precede al éxito, y no al revés. La felicidad convive con nosotros y, en los últimos años, decenas de interesantes investigaciones, avalan el éxito de esta fórmula. La pregunta de si son las personas felices, más exitosas, o las personas exitosas, más felices, ya tiene contestación: quienes construyen su felicidad, día a día - ese es el precio de la fórmula - son los que tienen más éxito, en el mayor número de ámbitos: en sus negocios, sus relaciones, su salud, su creatividad y su energía.
Al igual que Copérnico cambió la creencia de que el sol giraba alrededor de la tierra, la psicología positiva, de manera científica, ha cambiado el paradigma, y nos indica que es el éxito el que gira alrededor de la felicidad. Como en todo lo revolucionario, hay algo de provocador en la propuesta. Y es que no tendrá sentido sacrificar más nuestra felicidad por la recompensa del éxito y el logro. La felicidad es, entonces, un negocio. Un negocio propio que hay que saber gestionar, porque su descuido, tiene consecuencias. La pregunta será, más que si somos exitosos en nuestras empresas, si somos felices. Pero cuidado, porque la preguntita tiene trampa...
Jesús Gallego
Conferencista Internacional, Coach y Consultor
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